Esto era noticia en el 2008.
En el 2012 todavía se entiende mejor.
`Los amos del mundo´ Arturo Pérez-Reverte
Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los
conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta
tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro
del ordenador, su futuro y el de sus hijos. Usted no sabe qué cara
tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un
tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una
ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron
un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid
o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management,
y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de
inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el
partido del domingo. Usted no los conoce ni en pintura, pero esos
conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón
cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera
le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a
volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser
reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en
el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo.
Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando
pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo
combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver
con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan
con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo
por darles coba y subirse al carro. Esto no puede fallar, dicen. Aquí
nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de
Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales
con siglas de reconocida solvencia. Y entonces el presidente del banco
transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el
capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la
madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, y
meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que
los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados. Y en cuanto
sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda,
que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no
se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada
tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente
en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta
entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y
esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el
invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino
exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se
va a tomar por saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez
tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y
entonces, oh prodigio, mientras que los beneficios eran para los
tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con
dinero de otros, resulta que las pérdidas, no. Las pérdidas, el mordisco
financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con
la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recae
directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que
mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las
pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia, con
fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la
Bernarda. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad
mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros y a veces con su puesto
de trabajo Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y
los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se
levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de
la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar
agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en
cabeza ajena. Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el
panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento
de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y
de tanta poca vergüenza.
Arturo Pérez-Reverte, 1998 |
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